Hoy, sinceramente, no me veo capaz de nada. Y no es un grito de auxilio ni una llamada de atención. Es que no me veo capaz de nada. Son días agotadores, continuos y en los que resulta muy complicado encontrar un descanso. Aunque duermas, aunque pases ratos tumbado en el sofá, sin más actividad que leer un libro o intentar ver una serie. Cada día me siento más y más pesado y cada pequeño giro, por muy asumible que sea, se me antoja una montaña. Y me agobia y tengo que llamarte y luego me siento mal por haberte pasado el agobio. Aguantar en casa no es tan complicado. Basta con mentalizarse, con ir restando días a la espera de encontrar una normalidad que no será tal pero, que al menos, nos servirá para disimularlo. Y sé que lamentarse por ello no es más que un reflejo del agotamiento, de llevar más de cuarenta días casi sin pisar la calle. Y sé que pasará, que aguantaré y que mañana será otro día. Pero ahora solo quiero volver a cogerte la mano. Siempre me da un pudor horrible cuando me desnudo. A la vez, tampoco me importa hacerlo. Las ventajas de escribir y que luego no tenga que enfrentarme a las caras. No sé muy bien qué pasará mañana pero yo, hoy, sinceramente, no me veo capaz de nada.