Nos toman el pelo. Desde todos los lados, a manos llenas, con la mirada fija y la sonrisa inerte. Nos toman el pelo sin miramientos, a sabiendas, creyendo que no nos damos cuenta, asumiendo que pueden hacerlo. Nos toman el pelo en público, lo repiten en privado, inventan acertijos, complicadas estructuras, imposibles devenires. Nos toman el pelo con fluidez, retorciendo las palabras, ajustando el lenguaje, adiestrándonos para que no pensemos. Nos toman el pelo sin vergüenza, sin remordimientos, sin sentimiento de culpa. Nos toman el pelo y dejamos que nos lo tomen. Se lo ofrecemos, nos arrodillamos, genuflexionamos, nos arrastramos. Nos toman el pelo y nos gusta que nos lo tomen. Les admiramos, les aplaudimos, les abucheamos, nos enfadamos, pataleamos, gritamos, les hacemos trending topic. Nos toman el pelo en conjunto, en solitario, por la izquierda, por la derecha, en el inexistente centro. Nos toman el pelo en nuestro nombre. Nos toman en el pelo en el suyo. Nos toman el pelo y no pasa nada. Les dejamos que continúen. Renunciamos a reflexionar, sucumbirmos a enjuiciar. Nos bañamos en saliva rabiosa, obedecemos sus órdenes pensando que son las nuestras. Nos entregamos en cuerpo y alma. Nos corrompemos. Nos ninguneamos. Nos toreamos. Nos destruímos. Nos toman el pelo y renunciamos a verlo venir. No nos interesa. No les interesa. Nos toman el pelo.