No descarto abrazar la religión. Adentrarme en un mundo de torturas, cilicios, oraciones, mortificación y pecado. Llevar la culpa por bandera y confesarme de vez en cuando. Dedicarme al estudio de los libros sagrados, tratar de encontrar la verdad detrás de las escrituras. Poder relatar los evangelios de memoria y entender, de una vez, qué pasó con el santo grial. Identificarme con María Magdalena, con San Juan Bautista y elegir mi apóstol favorito. Escribir mi propia versión del Antiguo Testamento, abrazar el creacionismo y recluirme en un monasterio perdido del mundo. Aunque creo que duraría más bien poco. Siempre me ha gustado estudiar e investigar, cultivar el saber por el saber, aun tratándose de asuntos que no despiertan mi interés. Me veo convertido en un erudito, viviendo en Roma -ay, Roma- y ofreciendo mis conocimientos al primero que llamara a mi puerta. El problema es que me gusta más toda la parafernalia que rodea la religión que la religión en sí misma. Acabaría haciéndome un mashup de Quiero ser santa y Acto de contrición y, claro, el resto de eruditos me darían la espalda y mi carrera como teólogo e historiador terminaría arruinada antes de empezar. ¿Es el fracaso mi destino? ¿Estoy destinado a vivir en un permanente underground intelectual? Ay, maldita Semana Santa, aún sin querer, siempre termina afectándome…
Secta, tienes que montar tu propia secta. Ganas mucha pasta y te hinchas a follar.
Pero qué maravilla el tema de Virjinia Glück, ¿no?
Porque lo maravillosamente bien que escribes ya lo conocía 🙂