Esta semana he estrenado muchas cosas. Un avatar, por ejemplo. Una mesa, un libro, un programa de televisión, alguno de radio, un cámara, un envase de esos de jamón que tienes que abrir antes para que tome oxígeno, unos zapatos, una crema que puedes ponerte incluso con barba, unas lentillas, un bote de champú sin glicerinas ni siliconas, un ¡Hola! con una exclusiva de Cayetano Rivera, un par de barras de pan, un bote de lubricante, una cópia de ¡Átame! de Almodovar que hacía tanto tiempo que no veía que es como estrenarla otra vez, el disco de los Broken Bells, me gustaría decir que una colaboración con un medio pero eso sería mentir, un paraguas pequeño como de gente que sabe que va a llover poco, una libreta y un boli de cuatro colores, un nuevo diseño de Facebook, una tarjeta de fidelización de un supermercado al que, seguramente, no vuelva más, una Kylie, una Sophie Ellis-Bexton y un vídeo de la chica esta que va a Eurovisión, una espuma seca para limpiar tapizados, unos moldes de silicona para hacer pasteles, una loca del coño, uy, no, que esto no se puede decir, un libro de Terry Richardson, ah, no, que esto tampoco, una peluca como la de Nawja que, a su vez, es un cenicero estupendo, un router inalámbrico, un disco de Neneh Cherry del que tuve que desprenderme rápidamente por el incremento de ganar de suicidarme, una funda para el móvil, un estudio a compartir con cuatro personas más, un limpiatodo que huele como si se tratara de ácido sulfúrico, ¿he dicho un avatar?, unas extensiones en homenaje a La Pelopony, el libro sobre los Pegamoides, un cuadro protagonizado por Karen Black y un desprecio renovado hacia la mayor parte de la humanidad. Sí, queridos lectores, háganme caso y tomen las riendas de sus vidas, entréguense al materialismo y estrenen siempre, sin parar, sobre todo, los domingos.
Nada como estrenar y empezar etapas para sentirse vivo. Da gusto leerle hoy, señor Confuso.