Hoy Verushka no quiere saber nada de mí. Dice que la semana pasada no le hice ningún caso porque había entrevistado a un tal Benja de la Rosa y le quité su sección. Yo le digo que Benja es un gran director, escritor, productor y actor y que debería trabajar con él en uno de sus subproductos. Ella me dice que no tiene tiempo para rodar nada, que su vida es demasiado emocionante y ajetreada como para sacar tiempo para embarcarse en una película. Yo intento explicarle que los subproductos no son películas, que son piezas de unos minutos, muy divertidas e ingeniosas, pero ni aún así consigo convencerla. Mientras hablábamos, un peluquero bastante antipático iba cogiendo finos mechones de su pelo y se lo trenzaba al rededor de la cabeza y del cuello, una diseñadora de joyas había preparado una reinvención de la tiara clásica especialmente para ella, con metacrilato y auténticos brillantes, y un de esos modistas nuevos le había llevado una creación en dorado, pero Verushka se negó a ponérsela. Le dijo que prefería salir desnuda que llevando esa tela tan áspera. Y así lo hizo. Se puso laca en el pelo, se encasquetó la tiara y se marchó desnuda a una recepción en una embajada. El problema fue que acabó detenida en comisaría por escándalo público, pero desde luego, no era la primera vez… “Más vale detenida que insultada”, dijo al salir. Y eso es lo que haría Verushka.