– ¡Qué esclavitud, hija mía! Yo estaría mortificada.
– No lo sabes tú bien. Imagina por un momento lo que es vivir pendiente de un minutaje. Esa angustia de comprobar que, en un segundo, mil personas se te pueden ir a otro canal. Ese horror de verte pregonada en los periódicos al día siguiente, cuando un hijo de mala madre revela que has tenido menos audiencia que la semana anterior; esa vergüenza de saberte desplazada del amor del público por un mariquita cuentachistes o una niña pechugona que no sabe hablar…
– Ni falta. ¡Con esas tetitas que lucen!
– Silicona pura. Como las de esa Ana Bodegón que sale haciendo el gilipollas en los programas de variedades.
– Cierto: bellezas de plástico. Calcaditas todas. Pero a nosotras no debe afectarnos. Tenemos la inteligencia. Usémosla. Después de todo ya no somos tan jóvenes. Somos mujeres que están a punto de cumplir los treinta.
– ¿Cuántos dijiste, guapa?
– Dije treinta. ¿Pasa algo?
– No, no: todo lo contrario. Que Dios te bendiga.
– Yo nunca dejo nada en manos de Dios. Todo lo confío al Prozak, a Elizabeth Arden y a Christian Dior. Uno para el bienestar espiritual, otra para las arruguitas y otro para robes et manteux.
Terenci Moix, Mujercísimas, 1995.
Has empezado por uno de sus libros menos logrados. De la misma trilogía, «Chulas y famosas» es infinitamente más divertido y «Garras de astracán» el más redondo, combinando bien el drama y el petardeo, al igual que «El arpista ciego».
Mi libro favorito es «El día que murió Marilyn»… pero toda su obra merece la pena leerla, también sus memorias (el 3º volumen sobre todo, «Extraño en el paraíso»). Claro que yo no soy el más objetivo, mi Nick es por un personaje suyo.