Me gusta saber qué come la gente. Bueno, en realidad no, lo que me interesa es el uso que hacen de la comida, y no solo para aplicale un filtro delicioso y subirla en instagram, no, no, el mundo se ha llenado de blogs de comida, de fotos retocadísimas de posters y aperitivos en pequeños vasitos, de recetas con especies que no se comercializan en occidente, de restaurantes de mala muerte con chef rescatadores, de eventos con shusi de morcilla y margaritas de rioja y decenas de twits compartiendo las decoraciones más chistosas para magdalenas. Y yo me pregunto, ¿a quién le importa esto si todos sabemos que en internet no se come? Cierren los ojos e intenten recordar una foto de una itgirl comiendo, una fiesta de presentación donde hayan visto a alguien tocar la comida, una entrevista donde recomienden algo más a parte de beber mucha agua y dormir ocho horas al día o a una egoblogger llevándose una aceituna a la boca. No se esfuercen, no lo van a conseguir. ¿Acaso pensaban que las malenis se comen todos sus macarons? No señor, los meten en bolsas rosas, los rocían con perfume y los lanzan por la ventana. Aquí, en el blog confuso sin ir más lejos, hace siglos que ya no digerimos nada, nos alimentamos con esporas, plancton y alguna almendra los días de más frío. Y así pensamos seguir hasta que David Gandy nos diga que mantiene su físico atiborrándose de comida, mientras tanto, estos labios están sellados.