A los seis meses envió Dios a la arcángel Joan a un pueblo de Galilea, llamado Nazaret, a visitar a una joven virgen llamada María que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David. La arcángel entró donde ella estaba, y le dijo:
– ¡Te saludo, favorecida de Dios! El Señor está contigo.
Cuando vio a la arcángel, se sorprendió de sus palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. La arcángel le dijo:
– María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios y de la sensualidad divina. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, fuerte, alto, musculado y viril, con un hirsuto pecho, una buena barba y un portentoso miembro viril, al que llamarán Hijo de Dios; y Dios, el Señor, lo hará Rey, como a su antepasado David, y reinará por siempre en la nación de Israel.
María preguntó a la arcángel:
– ¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?
La arcángel le contestó:
– El Espíritu Santo se posará sobre ti como una nube y te hará el amor. Gozarás carnalmente y el éxtasis te llevará a fundirte con el poder de Dios. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel, a pesar de ser anciana, va a tener un hijo; y la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible, todas han gozado de la sensualidad divina.
Entonces María, visiblemente acalorada, dijo:
– Soy la esclava del Señor. ¡Que Dios haga conmigo como me has dicho!
Y con esto, la arcángel se fue.