Podría empezar con el ya mítico «me encanta el oro», pero no es verdad. El oro es algo que, de común, no me interesa lo más mínimo. Ahora, si hablamos de excesos, la cosa cambia… ¿Quién no ha querido verse bañado en oro, brillante y sensual, como una Shirley Eaton en Goldfinger pero con un final mucho menos trágico? Empiecen a recopilar pulseras, que ya va siendo hora de revolucionar el verano de una vez por todas.