Y mientras amanecía, las pesadillas se empezaron a calmar. Dejaron de perseguirme esos malditos perros, de inundarse las calles, de caer al vacío, de correr sin avanzar, de encontrarme con viejos fantasmas que pensaba ya exorcizados, de extrañas señoras que me indican un camino que sé que no debo seguir, de muertes y tristeza, de explosiones que acaban con la humanidad, si es que aún quedaba alguna. Una luz, cada vez más fuerte, me obliga a abrir los ojos, sabía que algo se me había olvidado. Veo tu nuca y me tranquilizo. Me pregunto qué pasaría si no estuvieras, pero consigo cortarlo a tiempo. Apoyo mi cabeza en tu hombro, mi polla en tu culo y decido que ya va siendo hora de cambiar las pesadillas por Joe Dallesandro…
Flipante, me ha encantado. 🙂