Nunca me han gustado las medias tintas -ni los refranes, pero eso no viene a cuento ahora-. Disfrutar con la corrección social, buscar desesperadamente la rutina, permanecer estoico ante la vida, avergonzarse con las salidas de tono y vestir siempre de color gris con toques de blanco. Criar decenas de niños consentidos, presumir de pasar los domingos en la naturaleza, ir a la playa pronto para coger sitio, leer La catedral del Mar, hacer el amor con la luz apagada y un sinfín de aburridos tópicos propios de la gente «normal».
Entre los diversos aspectos vitales donde no soporto los siesnoes destaca el bronceado. No puedo concebir que, una vez puestos a tunearnos el color de piel, nos quedemos en un mero voy a coger un poquito de color. No queridos lectores, en verano uno debe optar por permanecer asépticamente blanco, ignorando todo rayo de sol, o entregarse en cuerpo y alma a la tanorexia.
Pero la tanorexia bien entendida, de la que no hace falta enseñar las marcas para presumir, la que se nota a primera vista. Se acabó lo de quitarse los tirantes del bikini y bajarse un poco el bañador «para que no se note». Dejemos los eufemismos en casa y entreguémonos a la libertad. ¡Tomemos todas las piscinas municipales, las playas, los ríos! ¡Nudismo real ya!