Uno a uno desabrochó los botones con mano temblorosa. Su agitada respiración le hacía parecer vulnerable. Ciñó las caderas contra su cuerpo mientras le miraba fíjamente a los ojos. Notaba como su virilidad luchaba por abrirse paso. El sedoso camisón a penas ya ocultaba unos pezones más que firmes. Se humedeció los labios, entreabrió la boca y suspiró. Una de sus fuertes manos se había deslizado entre sus piernas. Apoyó la cabeza en su hirsuto pecho y supo que había llegado el momento. Estaba lista…