-¡Por favor, señora C.! -se quejó el profesor.
Le fastidiaba aquel «señora C.». Era demasiado familiar, y ella no era de esas mujeres que pretenden intimar con el profesor de tenis.
– Me llamo Conti -replicó secamente.
– Ya lo sé -dijo él, sin amilanarse-. ¿Cree que ahora será capaz de concentrarse, señora C.?.
Ella le lanzó una mirada asesina. Tenía las piernas peludas y fuertes, y tensos músculos que desaparecían de la vista a la altura de sus blanquísimos pantalones cortos. Elain se preguntó cómo sería su polla. Probablemente peluda, rígida… Sacudió la cabeza. ¿Por qué tenía que pensar en su polla?. No le soportaba. Rápidamente adoptó una actitud más deportiva, y devolvió la pelota con un buen y elegante golpe.
– ¡Así me gusta! -dijo él.
«Mujeres de Hollywood«, Jackie Collins.