Abro la puerta del armario y caen al suelo más de diez abrigos blancos. Lujo asiático y zapatos de tacón. Bufandas tejidas por maños expertas y algo venosas. Camisas de seda, faldas de raso, collares de perlas, todo de un blanco deslumbrante. Broches con formas de insectos, lazos para el pelo, uñas de porcelana, medias brillantes, sandalias romanas, picardías transparentes, pezoneras con incrustaciones, culottes y tangas, vestidos sin espalda amontonados, en un orden caótico. En el fondo, una pequeña cruz negra, perdida entra la marea, anclada en el tiempo, esperando a ser rescatada.