Segunda entrega…
Como un autómata de perfectas proporciones, consiguió llegar hasta la puerta del hotel, un tanto dolorida pero, al menos, sana y salva. Rápidamente se atusó el pelo, se perfiló los labios, se ajustó bien la falda y entró con paso firme en la recepción del hotel. Todo iba a las mil maravillas, nadie se había percatado de su presencia, se respiraba un ambiente de anonimato que le encantaba. Entonces, ¿a qué demonios venía ese mal presentimiento?.
“Señora de Prieto”, “Paula”, “Mi marido debe haber hecho la reserva”, “No, no fumador, gracias”, “Una única noche, sí, estamos en la ciudad por negocios”, “Tercera planta, entendido”, “Podría alguien ayudarme con la maleta?”, “Estoy absolutamente exhausta con tanta nieve”, “Muchísimas gracias”.
Un fornido mozo de nalgas de acero la guió amablemente hasta el ascensor, cediéndole el paso con servicial predisposición y ofreciéndole algún que otro guiño de complicidad. Entre alagada y avergonzada, cogió su maletín de maquillaje con firmeza, dispuesta a evitar cualquier malentendido, al fin y al cabo, era una mujer aparentemente casada. Fue justo entonces cuando perdió el equilibrio.
Todo empezó a alcanzar una velocidad de vértigo. Uno de sus tacones se rompió dramáticamente, notó como perdía el equilibrio, como se precipitaba sobre el joven, como terminaba de rodillas con la cabeza apoyada en la entrepierna del mozo… Esto era demasiado para la Señora de Prieto, aunque ésta únicamente existiera para el recepcionista del hotel.
La excitación del joven era cada vez más visible, pero decidió intentar ignorarlo. No podía perder el tiempo en paquetes, tenía una misión que cumplir, debía llegar cuanto antes a la suite.
Aunque, bueno, pensándolo mejor, empezó a desabrocharle los pantalones…
No nos puedes dejar así, más entregas pronto!
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